La comunidad de la canasta

El señor Ludlow era descendiente de los ingleses que llegaron a explotar las minas de Real del Monte y más tarde formaron la aristocracia de la sociedad Pachuqueña. Era el dueño de una gasolinera que estaba a la vuelta de la casa de mis abuelos.

Alentado por mi abuela, mi padre, que desde muy pequeño sintió el deseo de trabajar y ganar su propio dinero, se presentó en la gasolinera para pedir trabajo. Ludlow, un hombre hosco, lo rechazó a la primera de cambios diciéndole que un chamaco de once años nada tenía que hacer en su taller.

Mi padre regresó tristeando a casa, arrastrando la mirada.

Mi abuela, al notar su desánimo le preguntó que había pasado. No bien papá había relatado la negativa del dueño del taller, mi abuela montó en cólera, tomó su bolso, trepó a mi padre en el asiento trasero del coche y se dirigió a la gasolinera.

Papá presenció el diálogo a través del cristal del coche. La abuela no escatimó en manotazos y gestos. Ludlow terminó arrastrando la mirada.

“Tienes trabajo”, dijo mi abuela al subir nuevamente al coche.

Había amenazado a Ludlow con que su mujer jamás volvería a participar en los juegos de canasta del grupo de amigas, a menos de que aceptara a mi padre como ayudante en el taller…