Un muro en San Francisco

La imágen me asaltó desde un muro cuando caminaba por las calles de San Francisco. El poster de un bombero encarando un infierno hirviente. Un apocalipsis de llamas y calores insoportables.

Seguramente fue la inscripción debajo del poster --God bless America-- la que me hizo relacionar la escena con los eventos del once de septiembre. Pensé: Estos gringos son impresionantes. Su soberbia etnocéntrica, autocelebratoria, no tiene límites. Están tan embebidos en su orgullo nacionalista que no se dan cuenta que es precisamente esa actitud la que enciende las pasiones en su contra.

Tomé el poster como un signo profético. Tarde o temprano esta escena volverá a hacerse realidad, pensé.

Días más tarde tuve una profunda experiencia espiritual caminando los Bosques de "Big Sur". Fui impregnado por el aire fresco de la costa Californiana y los infinitos verdes que conviven en la reserva de Big Creek. Ví robles rojos de una altura imposible. Me recargué en la rugosa corteza de troncos milenarios. Caminé bajo copas de árboles que formaban bóvedas inmensas, como naves de catedral. Escuché la música que el viento hace al mecer las ramas de un bosque de robles enanos. Ví un cementerio de troncos sobre arena blanca, al pie de un mar azul grisáceo, indomable y profundo. Me sumergí en una poza natural de aguas termales, en medio del bosque, en silencio, codo a codo, con los compañeros de expedición. Cada uno convocó simbólicamente a ese sitio sagrado a las personas más significativas de su vida.

Cuatro días de naturaleza y caminata y poesía escrita por poetas de la región (Mary Oliver, Gary Sneider) me cimbraron hasta los huesos.

La última tarde, mientras nos detuvimos a tomar agua y a jalar aire, Michael Murphy --uno de los guías que ha caminado estos bosques desde que tiene uso de razón-- contó que el sitio en que estamos parados existe de puro milagro: "En el 2008 la franja de fuego de los incendios que arrazaron cerca de 35,000 hectáreas de bosque californiano quedó apenas a unos cuantos metros de donde estamos. El que aquí haya bosque se lo debemos a un puñado de bomberos. Un reducido grupo de hombres infatigables que a punta de pala y hacha construyeron las tres líneas de defensa que consiguieron finalmente detener las llamas."

Conmovido, me perdí los últimos detalles de la historia. Fuí secuestrado por el recuerdo de la imágen del póster. Un bombero encarando un infierno hirviente. Un apocalipsis de llamas y calores insoportables.

Fatalmente, como si estuviera aguardando agazapada en mi garganta, la inscripción del cartel irrumpió en mi boca: God Bless América.