Más vale maña

Oscar cuenta que estudió la carrera en una Universidad de Kentucky, en Estados Unidos, en un colegio en donde él era el único latinoamericano. Había un par de asiáticos, y el resto de la matricula eran chicos americanos. Muchachos blancos y enormes.

Tratando de acelerar el proceso de integración al grupo, Oscar se presentó a los entrenamientos del equipo de futbol americano, que era lo que allá se jugaba.

Tuvo una retirada prematura después de que un ropero de 95 kilos, mirada de loco y velocidad de puma, le hizo saber --mientras le aplastaba los huesos en la primera jugada que Oscar recibió un pase en la banda-- de las agallas que se requieren para jugar de receptor abierto.
Así fue como Oscar llegó al equipo de futbol soccer, como debía haber sido desde siempre.

Al término del primer entrenamiento, el coach lo mandó llamar, intrigado: “Oscar, usted tiene una puntería asombrosa. Cada vez que chuta, el balón va invariablemente con dirección hacia la portería. Lo que me llama la atención es que usted nunca le pega fuerte a la pelota. ¿Qué le impide tomar más riesgo con la pelota y patear con fuerza, como sus compañeros (todos gringos de Kentucky) aunque de vez en cuando vuele la pelota a la grada?”

Oscar cuenta que el gringo aquel escuchó su explicación con la boca abierta:

A diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, donde los niños entrenan con un saco de balones, en Nicaragua, donde Oscar pasó jugando toda la infancia, sólo había un balón para todos los niños de la cuadra. Pegarle fuerte y volar la única pelota de aquella cancha construida en el tope de la colina implicaba suspender el partido cinco minutos, y tirarse una carrera de doscientos metros de bajada y de subida de la ladera aquella.

Así, porque los recursos son limitados, es como desde niños todos en Latinoamérica aprenden que más vale maña que fuerza.

--